Después de una semana de gira por la isla sur llegué a mi primer destino en la isla norte, la capital de Nueva Zelanda, Wellington. No os puedo negar que a pesar de haber disfrutado mucho de tanta naturaleza y forma de vida rural, me apetecía mucho volver a una ciudad, o al menos a lo que en Europa entendemos por “ciudad”. Wellington es pequeña, pero muy acogedora y tiene todo lo que uno pueda desear, desde todo tipo de comida, hasta una escena urbana de gente joven de todos los colores, pasando por una playa y uno de los mejores museos que he visto. Vamos allá, pues.
Para empezar, qué mejor que un cielo como este. Tuve la gran suerte de disfrutar de un clima absolutamente ideal en esta ciudad, así que, café en mano, me puse en marcha a explorar. Aquí algo así como una plaza de las artes, con un museo, el centro de información y el paseo marítimo al fondo.
Esculturas inspiradas en la simbología maorí.
El paseo marítimo en su pleno esplendor. Memorable paseo, sin duda.
En el baremo de ciudades modernas y al día, Wellington ocupa un lugar muy alto. Además de gratis, el wifi aquí era de calle más rápido que el del hostal.
Un poco de poesía para el camino. Viva el arte urbano.
Una buena foto de postal.
Tras el paseo por el puerto, vuelta a al ciudad y destino a mi primera parada, el parlamento o Beehive, como lo llaman aquí, en su clara similitud con un nido de abejas. Votado hace poco uno de los 5 edificios oficiales más feos del mundo, fue un ejemplo de arquitectura de vanguardia en los años 60. Aquí disfruté de una guía gratuita más que notable, teniendo en cuenta que era el día en el que se aprobaba el presupuesto anual el edificio estaba que bullía, algo muy poco común en un país tan tranquilo como Nueva Zelanda.
Y si en el parlamento todos corrían arriba y abajo, en la calles de Wellington también se respiraba un ambiente festivo. El motivo era la celebración de los licenciados universitarios del presente curso. Sí sí, aquí cuando te licencias te visten y te organizan una procesión por en medio de la ciudad para que te sientas héroe por un día. Cómo cambian las cosas de un país para otro eh…
De vuelta al centro, la famosa Cuba St, bullicio de restaurantes, tiendas vintage y bares. Muy alternativo todo, muy molón y yo como en casa.
Por la tarde, visita obligada a una de las cimas que rodean la ciudad. Con el histórico tranvía de Wellington se llega a una de las esplanadas que merecen la pena haber pagado el pasaje.
De vuelta abajo, vista en primera persona del descenso.
Si Melbourne tenía ese acento europeo con todas sus galerias al estilo parisino, Wellington, a la que de hecho se llama la Melbourne de Nueva Zelanda, no podía ser menos. Muy agradable centro comercial en Lambdon Quay, donde me reencontré con el buen café, al fin!
Vistas del famoso Circa Theatre, a la izquierda de Te Papa (que signfica “nuestro lugar”), museo nacional, gratis y tan bien montado que fui tres veces en dos días. Además de contar en su colección con un pulpo gigante de 5 metros conservado en formol, la galería hace un repaso geográfico, geológico, biológico y antropológico de la formación del país, con especial mención al capítulo dedicado a la cultura maorí, la población autóctona.
Descendientes de las culturas polinesias, aquí algo de su arte y sus figuras.
Bilingüismo total.
Figuras de la mitología maorí.
Disfrutando de los últimos rayos de sol del día.
Y para acabar y de nuevo con un clima excepcional, un pequeño paseo por la mini playa que tienen aquí.
Me fui con una imagen más que positiva de esta fabulosa pequeña capital que es Wellington, sin duda un destino al que algún día volveré.
Pero ahora tocaba de nuevo embarcar en otro autobús dirección norte, con destino a Rotorua, la ciudad maorí por excelencia y de la que os contaré en el próximo post.
Mil besos y no dejéis de venir.
M
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