Sunday, May 29, 2011

Última parada en Nueva Zelanda: Auckland!

Kia Ora!
Poco a poco, el viaje va llegando a su fin. Os escribo desde mi última parada en Nueva
Zelanda, Auckland, la ciudad más grande y poblada del país. Contrariamente a lo que la
lógica parece indicar, el hecho de que sea la mayor ciudad neozelandesa no significa
que sea la “mejor” ciudad del país. Al contrario, es más bien una ciudad de negocios e
industria, con un gran puerto y poco, realmente poco más… La arquitectura no estaca
por absolutamente nada, salvo por el Sky Tower, principal atractivo turístico de
Auckland. Creo que se puede resumir muy bien diciendo que Auckland es simplemente
“una ciudad más”, una aglomeración de casa, negocios y gente, pero con bastante poca
vidilla cultural.

Como os he dicho, lo primero y seguramente último que ves cuando llegas es la torre, punto central y presente en todas las fotos y postales. Es curioso porque cuando vas caminando por la ciudad ejerce como de imán. No lo quieres hacer fotos a ningún otro edificio porque realmente no son para tanto, pero siempre acaba apareciendo la torre en tus panorámicas. Así que torre por aquí torre por allá, esto es lo que hay.

La famosa K-Road, abreviación de un nombre maorí impronunciable y sede de mi hostal. Alguna que otra tienda vintage, buenas cafeterías y restaurantes asiáticos por doquier.

Una iglesia, si si, una iglesia. En la fachada, un pequeño guiño a mis amigos de Quebec. Tabernacle!

Breve paseo por el puerto. Al igual que en Sydney, desde aquí parten los numerosos ferrys que llevan a las islas que rodean a la ciudad.

Algo así como el paseo marítimo, repleto de restaurantes caros y glamourosos. Media vuelta.

A la mañana siguiente, doy gracias por los buenos días que estoy teniendo. Clima perfecto para dar un paseo.

Primera toma de contacto con la torre. Cuando la ves de lejos aún te hace gracia, pero vista desde cerca y en mi más humilde opinión, me parece fea de narices.

Me quería guardar la subida a la torre para un momento crepuscular más adecuado, así que seguí investigando. Auckland son todo montes y montañas, así que acabas destrozando caminando arriba y abajo. Aquí el Albert Park, sede del campus de la universidad.

Otra foto más. Os juro que la tomé por la casa, no por la torre!

Y ya por la tarde noche, subida al Sky Tower y a unos 200 metros de altura, caminar sobre cristal es toda una experiencia.

Una de las opciones es saltar desde la torre atado a una serie de cables que poco a poco te van descendiendo hasta que llegas a la diana. Es el salto más alto de Nueva Zelanda y se realiza desde una altura de 192metros.

Foto del centro financiero, como digo, una ciudad con rascacielos más…

Pero con un puerto notable. Algunos barcos, como se puede apreciar, vienen de muy lejos…

Para los más miedosos, una buena explicación científica para combatir los temores.

Y al final uno le coge confianza y se toma su tiempo y te salen fotos como esta.

De vuelta abajo y de camino a casa, pasamos por el restaurante “Bellota”, un bar de tapas español de lo más alta sociedad. Obviamente digo que pasamos y no entramos, que somos pobres y hoy toca fideos chinos para cenar.

Y finalmente, una mera curiosidad. Una estatua del moa, un ave ya extinguida que poblaba los bosques de Nueva Zelanda y que, como veis, era de un tamaño bastante superior al avestruz. La altura era de unos 2 metros aproximadamente.

Y si no nos lagos, son montañas y si no son montañas son torres, aquí llega el fin de mi viaje exprés por este fantástico páis que es Nueva Zelanda. Un aspecto positivo: la naturaleza, de inigualable variedad y belleza, incomparable a lo que había visto hasta ahora. Un aspecto negativo: no haber conocido realmente a ningún neozelandés. Son demasiado pocos y hay demasiados turistas, sobre todo demasiados turistas alemanes…
Pero en fin, que me ha encantado y que volveré con toda seguridad, con más tiempo y dispuesto a explorar los miles de lugares que no pude ver en este viaje.

Admito, sin embargo, que secretamente me siento y sentiré siempre mucho más australiano jeje.

Un abrazo y pronto novedades desde el paraíso!

M

Wednesday, May 25, 2011

Rotorua: la ciudad que desafía los cinco sentidos

Kia Ora!
Esto significa, entre otras muchas cosas, “hola” en maorí y aquí todo el mundo lo usa como forma oficial de bienvenida.
Este post va sobre la población de Rotorua, a medio camino entre Wellington y Auckland, un pueblo que cuenta con uno de los asentamientos más notables de maorís. Pero lo que realmente sirve de reclamo para los millones de turistas que pasan por aquí cada año es el hecho de que fue contruido sobre una zona de muy presente actividad geotermal. Geisers y miles de pozos burbujeantes rodean la ciudad, echando todo tipo de gases desde lo más profundo de la tierra, entre ellos bastante azufre, con lo cual el ambiente que se respira al caminar por las calles es muy parecido al de las bombas fétidas que hacíamos en el cole o al olor de huevos podridos, para que os hagáis una idea. La zona se encuentra muy cerca de uno de los volcanes más activos del país, que tuvo su última erupción en 1886 llevándose consigo a una población entera y que está conectado subterránea y subacuáticamente con el Etna en Italia, para que veáis de donde viene el tema. Como solamente tenía un día aquí decidí ir a visitar una de las pequeñas poblaciones autóctonas, que han vivido en esta zona desde hace cientos de años, para que se cuece, nunca mejor dicho.

La cosa empieza un domingo por la mañana, a las 8, para ser concretos y Rotorua no es una excepción como podéis ver, ya que como es normal no hay absolutamente nada ni nadie en las calles a estas horas.

Solo este amigo, que representa a los ancestros de los maorís y que sirve de decoración de las calles.

Así que café en mano me empiezo a dirigir a las afueras del pueblo a visitar la población que cuenta con este fantástico nombre. El alfabeto maorí es el mismo que el hawaiiano y cuenta con solamente 14 letras. Pues bien, aparte de la M, todas las demás están representadas en el nombre este. La gente no maorí suele quedar en Whaka como nombre más común. Me uno a ellos.

Cuando cruzas el puente para entrar, en seguida te das cuenta de que la cosa va de olores y neblinas. Esto que veis no es niebla, son los gases que se desprenden de los pozos sobre los que está construida la aldea.

Nuestro guía Paura (su nombre es veinte veces más largo, pero por mutuo acuerdo quedamos en dejarlo con este apodo) nos muestra estos hornos tipo microondas naturales en los cuales la gente cocina su comida haciendo uso del vapor que se desprende del suelo.

Cada ingrediente tiene su tiempo de cocción, pero para que os hagáis una idea, un pollo congelado está listo en aproximadamente una hora. Las patatas y el marisco se meten en una red y se sumergen directemente en los pozos.

Como os he dicho antes, el suelo libera muchos minerales, entre ellos el azufre, cuyo color amarillento es inequívoco.

Aquí el geiser más famoso de la zona. Nos cuentan que antes erupcionaba una vez cada hora y que lo hizo durante nueve años, pero que desde la última erupción del Etna, lo lleva haciendo una media de cinco veces por hora. Cuando se pone en serio puede llegar a los treinta metros de altura.

Ambiente de peli de miedo, seguro que los jóvenes de la aldea se hacen las mil y una putada por las noches para darse sustos.

La casa de reunión del pueblo, al estilo tradicional, representa a uno de los antepasados y su linaje. Hasta que los europeos llegaran a la zona, los maorís no tenían una forma propia de escritura, con lo cual relataban sus historias de forma pictórica. El techo simboliza los brazos, con los dedos a ambos extremos, el interior del porche las costillas, la parte posterior las piernas, la ventana los ojos y la puerta la boca. En el interior siempre se encuenta una columna en el centro, que representa la parte más importante, el corazón. Las decoraciones muestran los familiares del difunto, ya sean mujeres en forma de guardián o hombres en forma de guerrero.

Después del paseo matutino me muero de ganas de probar este plato que antes nos habían mostrado como estaba en preparación en la pequeña caja que habéis visto antes. Este plato se llama “Hangi” y como podéis ver se parece bastante a nuestra Escudella. El gusto, debido a la larga cocción es muy agradables y cada ingrediente queda hecho al punto. Absolutamente delicioso.

Una vez saciada el hambre, toca explorar los alrededores de la aldea, la naturaleza más espectacular de Nueva Zelanda.



Alguien más pasó por aquí. Uno de los senderos resume los países de la gente que ha ido viniendo al pueblo, uno de ellos el nuestro.

Algunos de estos pozos están a más de cien grados de temperatura en su superficie y mucho más calientes si tiramos hacia el fondo. Otros más cercanos al pueblo rondan los 30 grados y son usados cada mañana para tomarse un baño por los habitantes de Whaka.

Más gases y más burbujas…

Por la tarde y ya dejando atras Whaka, me doy un paseo por Rotorua y llego a los Government Gardens, que tienen al museo de Rotorua como su edificio más emblemático.

Buen clima, cienmil turistas chinos echando fotos…

… y los abueletes local jugando a la petanca un domingo por la tarde. Si es que por mucho que viajes, en el fondo no somos tan diferentes los unos de los otros…

En los jardines públicos, burbujitas sin parar.

Y más colores espectaculares.

En una pequeña zona de erosión me rindo un pequeño homenaje.

Y cruzo el puenta que lleva a Mordor.

Obviamente los pozos no están solo en los parques, sino que se encuentran distribuídos por todo el pueblo en forma de pequeños agujeros en el suelo. Algunos tienen suerte y tienen uno en el jardín de su casa.

Llegando a la orilla de lago Rotorua me encuentro con este fabuloso cementerio. Las tumbas no se pueden poner bajo tierra, porque la actividad geotermal las haría trizas en minutos, así que aquí la gente no se entierra, sino que se deja sobre tierra.

Ha valido la pena esperar y caminar tanto, la puesta de sol es de las que quita el hipo.

Y si encima te encuentras con un grupito de cisnes negros pegándose un festín de comida ya no se puede pedir más. Fijáos que preciosidad de animal.

Y por último decir, que no se cuánto tiempo me queda con esto de los posts, porque mi cámara está comenzando a sufrir ataques epilépticos con bastante frecuencia, con lo cual produce fotos como esta, que así en seco mola bastante, pero que para paisajes y demás no es que sea lo más adecuado. Espero que al menos me dure en lo que queda de viaje para que os pueda seguir contando y mostrando lo que tengo la suerte de ver.

Los maorís reducen lo esencial en la vida a tres cosas: fe, esperanza y amor, de las cuales el amor es lo más central de su cultura. Me uno a ellos en esta fantástica manera de ver la vida. El amor es lo que, pase lo que pase, siempre debe quedar y de esta forma de me despido de vosotros por el momento. Creed en lo que queráis creer, no perdáis la esperanza, pero, sobre todo, llenad vuestros corazones de amor. No es que me esté volviendo sentimental, es que lo siento de verdad. Este viaje me está enseñando muchas cosas y una de ellas es amar la vida que tengo, el mundo en el que vivo y las personas con las que lo comparto.

Pues eso, mucho amor para todos.

Os quiere,

M

Tuesday, May 24, 2011

Bienvenidos a Wellington, la capital de Nueva Zelanda!

Hola familia!
Después de una semana de gira por la isla sur llegué a mi primer destino en la isla norte, la capital de Nueva Zelanda, Wellington. No os puedo negar que a pesar de haber disfrutado mucho de tanta naturaleza y forma de vida rural, me apetecía mucho volver a una ciudad, o al menos a lo que en Europa entendemos por “ciudad”. Wellington es pequeña, pero muy acogedora y tiene todo lo que uno pueda desear, desde todo tipo de comida, hasta una escena urbana de gente joven de todos los colores, pasando por una playa y uno de los mejores museos que he visto. Vamos allá, pues.

Para empezar, qué mejor que un cielo como este. Tuve la gran suerte de disfrutar de un clima absolutamente ideal en esta ciudad, así que, café en mano, me puse en marcha a explorar. Aquí algo así como una plaza de las artes, con un museo, el centro de información y el paseo marítimo al fondo.

Esculturas inspiradas en la simbología maorí.

El paseo marítimo en su pleno esplendor. Memorable paseo, sin duda.

En el baremo de ciudades modernas y al día, Wellington ocupa un lugar muy alto. Además de gratis, el wifi aquí era de calle más rápido que el del hostal.

Un poco de poesía para el camino. Viva el arte urbano.

Una buena foto de postal.

Tras el paseo por el puerto, vuelta a al ciudad y destino a mi primera parada, el parlamento o Beehive, como lo llaman aquí, en su clara similitud con un nido de abejas. Votado hace poco uno de los 5 edificios oficiales más feos del mundo, fue un ejemplo de arquitectura de vanguardia en los años 60. Aquí disfruté de una guía gratuita más que notable, teniendo en cuenta que era el día en el que se aprobaba el presupuesto anual el edificio estaba que bullía, algo muy poco común en un país tan tranquilo como Nueva Zelanda.

Y si en el parlamento todos corrían arriba y abajo, en la calles de Wellington también se respiraba un ambiente festivo. El motivo era la celebración de los licenciados universitarios del presente curso. Sí sí, aquí cuando te licencias te visten y te organizan una procesión por en medio de la ciudad para que te sientas héroe por un día. Cómo cambian las cosas de un país para otro eh…

De vuelta al centro, la famosa Cuba St, bullicio de restaurantes, tiendas vintage y bares. Muy alternativo todo, muy molón y yo como en casa.

Por la tarde, visita obligada a una de las cimas que rodean la ciudad. Con el histórico tranvía de Wellington se llega a una de las esplanadas que merecen la pena haber pagado el pasaje.

De vuelta abajo, vista en primera persona del descenso.

Si Melbourne tenía ese acento europeo con todas sus galerias al estilo parisino, Wellington, a la que de hecho se llama la Melbourne de Nueva Zelanda, no podía ser menos. Muy agradable centro comercial en Lambdon Quay, donde me reencontré con el buen café, al fin!

Vistas del famoso Circa Theatre, a la izquierda de Te Papa (que signfica “nuestro lugar”), museo nacional, gratis y tan bien montado que fui tres veces en dos días. Además de contar en su colección con un pulpo gigante de 5 metros conservado en formol, la galería hace un repaso geográfico, geológico, biológico y antropológico de la formación del país, con especial mención al capítulo dedicado a la cultura maorí, la población autóctona.

Descendientes de las culturas polinesias, aquí algo de su arte y sus figuras.


Bilingüismo total.

Figuras de la mitología maorí.

Disfrutando de los últimos rayos de sol del día.
Y para acabar y de nuevo con un clima excepcional, un pequeño paseo por la mini playa que tienen aquí.




Me fui con una imagen más que positiva de esta fabulosa pequeña capital que es Wellington, sin duda un destino al que algún día volveré.

Pero ahora tocaba de nuevo embarcar en otro autobús dirección norte, con destino a Rotorua, la ciudad maorí por excelencia y de la que os contaré en el próximo post.

Mil besos y no dejéis de venir.

M